martes, 23 de septiembre de 2008

La Reforma


La divergencia más notoria entre la doctrina católica y las propuestas de Lutero, se dio en lo que concierne al problema de la justificación o de la justicia de Dios.
Para alcanzar la salvación –profesaba la Iglesia- era necesario que el hombre se hiciera justo. Pero este hecho se aceptaba como imposible: el hombre no puede alcanzar la justificación solo porque el abismo que lo separa de Dios es insalvable.
Es Dios con su infinito amor quien justifica al hombre, el único que puede saltar ese abismo, regenerar a su criatura y elevarla. Pero si bien la justificación es obra de Dios, "no hace más que coronar los méritos adquiridos por un esfuerzo moral" bajo el impulso de la gracia. Dios no puede hacer desaparecer al pecado: el esfuerzo moral que busca la justificación divina es el camino. La moral humana no se contrapone a la justicia de Cristo.

Lutero creía, en cambio, que la justificación no eliminaba el pecado y que la justicia de Dios era incompatible con la moral y la justicia humana. El pecado es la condición humana y nada lo hará desaparecer, porque hasta las buenas acciones están signadas por éste.

La relación de Dios con el hombre no tiene basamento jurídico: es una relación de amor regenerador que no perdona los pecados sino que los imputa. Así, el hombre debe reconocer su miseria moral y aceptarse como pecador, y que su Creador está en derecho de rechazarlo. El hombre debe tener una conciencia sin complacencia de su situación miserable, detestar su situación pero aceptar que es irreversible y entregarse a la misericordia divina esperando confiado en Dios.

Este hombre es mirado por Dios como justo, aunque sea injusto (porque sólo Dios puede ser justo). Y aceptar su condición de pecador y reconocer la justicia de Dios implica haber recibido el don de la fe. Por esta razón las obras desaparecen, no hay ninguna obra humana que merezca la justificación de Dios. Ninguna. Las prácticas exteriores son rechazadas abiertamente.

La salvación solo es alcanzable por el don de la fe, que no se refiere a la creencia a secas en la existencia de Dios, como ya explicamos. Debemos llevar a Dios dentro de nuestro corazón, y es esa la única esperanza de ser justificados, la que nos dará la seguridad y confianza de estar entre los elegidos y predestinados por Dios para salvarse.

Esta es una concepción religiosa que tiene un acento personal, primando la espiritualidad interior por sobre la práctica exterior. El cristiano debe sentir a Dios trabajar dentro suyo: esto le dará la certidumbre de la salvación. Entonces tendrá a Dios de su lado, no un Dios estático sino activo, dinámico en el interior del hombre.

Lutero publicó en Wittemberg el 31 de octubre de 1517 el anuncio de sus 95 tesis, clavándolas en la puerta de la capilla del castillo. La proposición de Lutero es la siguiente: el hombre, criatura perdida, sólo puede querer el mal, no puede amar a Dios sino de forma egoísta, de este modo su voluntad no es libre.
(Con información de monografias.com)

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